Habitar el sur con las manos: urdir con la lluvia y tejer desde el corazón.

Desde una casona en Frutillar, Francisca Caselli (42) teje su vida con hilos que conectan memoria, paisaje y sentido. Con las montañas como fuente de inspiración, encontró en el telar no solo un oficio, sino una forma de estar en el mundo. Hoy, al ritmo del sur y sus estaciones, vive y enseña un tejido lento, consciente y lleno de historia.
¿Cómo llegaste al sur?
Nací y crecí en Santiago, soy sanmiguelina. Desde chica tuve mucho contacto con la naturaleza. Mi papá es un gran amante del aire libre, y en mi familia siempre fuimos muy campistas. Todos los veranos nos veníamos al sur y durante quince años seguidos veraneamos en Cascadas, así que conozco esta zona desde siempre. El lago Llanquihue era, para nosotros, el lago de la familia.
Desde los seis años fui scout, así que entre los campamentos y las vacaciones familiares, la conexión con la naturaleza fue algo muy presente. En mi casa se hablaba de respeto, de cuidado, de ecología. Siempre sentí un diálogo con la naturaleza, como una relación viva.
Con el pasar del tiempo, empecé a sentir una conexión profunda con la montaña. Después, el mismo tejido me llevó a conocer distintas cosmovisiones y conecté mucho con la cosmovisión andina, por lo que decidí pasar un tiempo aprendiendo en Perú.

Luego de vivir dos años en el Cajón del Maipo en una cabaña perdida en la montaña, junto a mi pareja tomamos la decisión de venirnos al sur.
Llegamos a Puerto Varas, pero siempre miramos Frutillar. Lo sentía como un lugar más protegido, más contenido, más familiar. Con una escala más pequeña, y la mezcla perfecta entre lo que me queda de citadina y lo que busco en lo rural.
Y así nos vinimos con toda nuestra hippiesa a emprender desde el corazón y confiar en lo que la vida nos mostrara. Siempre he creído en el tejido, me ha abierto muchos caminos y acá también fue así. La primera alumna que tuve en Frutillar terminó siendo quien, sin buscarlo, nos abrió la puerta a la casa donde vivimos hoy. Nunca imaginé que íbamos a estar en un lugar así.
Casona Santa Marta: cómo es vivir en una casa típica del sur
Es un regalo vivir aquí. Desde la nobleza de sus materiales, los detalles, la altura y con una genética histórica muy importante. Hoy arrendamos una pequeña parte de esta casona, porque es súper grande.
Con mi pareja, siempre hemos buscado vivir de forma coherente con lo que sentimos y creemos. Nos inspira la vida simple, en armonía y sintonía con la naturaleza. Queremos que nuestro hijo crezca cerca de ella, que juegue con la tierra, escuche los árboles, mire el cielo, y descubra poco a poco toda la belleza y profundidad que habita en el mundo natural. Creemos que la vida está afuera, que con un fueguito encendido, comida rica y lo esencial para estar bien, ya tenemos lo más importante.
Como familia, empezamos todo de una: la pareja, la maternidad, el trabajo independiente, en una región nueva. Ha sido intenso, desafiante, pero también muy coherente con lo que queremos construir. Y este lugar, esta casona, ha sido parte fundamental de ese camino.

Yo siempre he buscado lugares para vivir que también funcionen para mis talleres, que tengan ventanas mágicas, y este lugar es así.
Este año cumplo 20 años como tejedora, y desde siempre he hecho clases en mi casa-taller. Me gusta que mi hogar también sea mi taller. Es diferente recibir a las alumnas en tu propio espacio, mostrarles tu trabajo, tener las herramientas a mano, ofrecerles ese rincón que uno habita con amor. Hay algo muy lindo en estar en el taller de la profe.

El significado que tiene el tejido
En la universidad fue donde descubrí que lo mío era lo textil. Me tocó hacer una tesis colaborativa con una pyme y trabajé con una familia tejedora de Icalma. Me fui a vivir con ellos tres meses y ahí aprendí a tejer telar mapuche. Fue una experiencia transformadora donde confirmé que esto era lo mío.
El telar y el fieltro eran para mí como una plasticina: una forma plástica y libre de trabajar con lo textil. Me gustaba mucho más que el enfoque técnico de construir ropa desde moldes. Me gustaba esa libertad que existía con el telar de crear la tela misma. Y ahí se unieron varias cosas que me hacen sentido: lo manual, lo artístico, lo intuitivo, lo ancestral. El tejido, además de ser oficio, tiene profundidad, historia y una cosmovisión propia. No es solo una manualidad, es una herramienta espiritual, una forma de entender el mundo.



Llevaba ya casi nueve años como tejedora cuando empecé a conectar el tejido a través de la cosmovisión y ahí fue cuando todo cambió. Entendí realmente de dónde venía el orígen del tejido. En ese momento me autobauticé como tejedora y lo vi con otro significado. Ya no era solo una práctica, era un camino con compromiso.
Antes me daba vergüenza decir que era tejedora. Sentía que se veía como algo liviano frente a otras profesiones. Pero después de entender la profundidad de oficio estoy muy orgullosa de ser tejedora y siento la responsabilidad de enseñarlo, de transmitir lo que he aprendido, de honrar su raíz.
Por eso, siempre digo que el tejido debe ser lento y consciente. No es hacer por hacer. Cada hebra tiene un origen, una historia, una intención. Y eso es lo que me mueve: tejer desde ahí.
El proceso creativo del tejido
El proceso creativo me encanta, disfruto mucho todo lo previo a empezar tejer.
En mi caso es muy intuitivo, no tengo un paso a paso pero generalmente estoy muy inspirada por la naturaleza. La montaña siempre ha estado presente y acá en el sur, son los volcanes los que han comenzado con fuerza a ser un nuevo personaje dentro de los cuentos que tejo en estas historias.
Siento que la inspiración nace de una emoción intensa, de un momento de clímax. A veces puede ser a través de la contemplación del lago, de un paisaje que me deja perpleja y voy de manera muy natural observando y entendiendo cómo me siento con la naturaleza, qué me provoca en términos emocionales, sensoriales, espirituales. Desde ahí que empiezo a traducir lo que siento en colores, formas y texturas.



Después viene esa etapa previa al telar, donde ya tengo una idea más concreta de los colores: por ejemplo, cómo el volcán se tiñe de rosado durante la hora dorada, cómo cambian los tonos del cielo o cómo se refleja el agua en el lago en un día calmo. En estos días, eso me mueve profundamente.
Recolecto los colores, hago pruebas, veo qué de lo que tengo combina y se ve bien. Hago muestras pequeñas y de repente ocurre la magia y aparece una pieza, una historia tejida. Recién ahí pasa al formato grande, al telar.
Tejer, para mí, es eso: una forma de traducir lo invisible en algo que se pueda tocar.
Un consejo por si quieres emprender en el sur
Algo que me ayudó mucho antes de venirme fue pensar con anticipación dónde podría ofrecer mis clases. Aunque uno venga con un oficio ya trabajado, es importante adelantarse un poco y planificar dónde pueden estar tus posibles clientes. Es clave visualizar cómo y dónde vas a ejercer tu oficio en este nuevo territorio.
También creo que el lugar que elijas tiene que estar en armonía con lo que vas a hacer. No es solo buscar una casa o un terreno, sino un entorno que haga sentido con tu forma de vivir y crear.
En nuestro caso no planificamos tanto, confiamos bastante en el camino y en lo que yo ya traía recorrido con el tejido. Eso me dio cierta seguridad. Pero aún así pensé que todo iba a ser más rápido, y no fue así. El ritmo acá es otro. Las estaciones marcan el calendario, las distancias cambian, y uno tiene que aprender a moverse distinto. Hay que llegar con mucha apertura y disposición a desaprender la forma en que veníamos haciendo las cosas.
Yo todavía estoy aprendiendo cómo funciona el sur, pero siento que es parte del viaje.
Cuéntanos de ti y tus proyectos
Soy Francisca Caselli Marchant, y antes que todo soy mamá de mi pequeño Ayün Raymi. Soy diseñadora de vestuario. Tengo 42 años, pronta a cumplir 43.
Hoy ofrezco tres formatos de clases para quienes quieren partir de cero o que tienen más experiencia:
- Clases presenciales de tres horas en mi taller, jueves y viernes en la mañana. Taller permanente durante todo el año, incluye el préstamo del telar.
- Clases en linea de tres horas con los mismos contenidos de las clases presenciales. También tengo la posibilidad de ofrecer el préstamo del telar a quienes están en Santiago, ya que tengo un par de telares para prestar.
- Residencias de 5 días con alojamiento, almuerzos y desayunos incluidos donde se vive la experiencia de tejido de manera más inmersiva. Es ideal para quienes quieren escaparse un ratito al sur a tener un momento exclusivo de tejido.
También ofrezco clases en La Matriz, escuela de oficios de Frutillar, donde ahora comenzaremos a hacer nuevos proyectos con foco más decorativo.










